LA QUINTA Y EL MIRADOR DE LANGE:
ASILO, HOSPITAL, INQUILINATO, CASA DE HIDROTERAPIA
Sobre dos manzanas, entre las calles Hipólito Yrigoyen, Liniers, Moreno y Maza, se ubicaba la antigua Quinta de Lange.
El casco conservó su fisonomía a través del tiempo, en el sector comprendido entre Liniers y el pasaje Lange, (desde 1916 llamado Lucero), preservando el viejo mirador y parte de su estructura de quinta hasta 1984, cuando fueron demolidos definitivamente para dar lugar a dos edificios en torre.
Fue uno de los pocos y últimos espacios de memoria y resguardo del patrimonio existente que se perdería de aquellas quintas del antiguo Buenos Aires que proliferaron por casi cuatro siglos como un abanico verde que se abría hacia las afueras del ejido urbano.
La quinta se erigió como escenario de una parte importante de la historia porteña, de su gente y de sus instituciones. Para 1873 se transformó en asilo, en hospital de niños en 1875, en la Biblioteca “Bartolomé Mitre” en 1900, en conventillo hacia 1916.
Además se descubrió que había funcionado en el lugar uno de los primeros centros de hidroterapia de la ciudad, durante su demolición, se encontraron vestigios de esa actividad.
Y más aun, en 1960 sirvió de inspiración de la novela Sobre héroes y tumbas, la gran obra de Sábato.
Esta quinta fue confundida muchas veces con la de Santiago de Liniers que alquiló otra quinta contigua a ésta, entre Moreno y Venezuela, donde estableció una planta de pastillas de carne.
“EL ASILO DE LA POBREZA Y EL TRABAJO”
El asilo fue producto de una gestión que realizó el entonces gobernador de Buenos Aires Emilio Castro ante el dueño de la quinta, Roberto Lange. En el libro La caridad en Buenos Aires, Alberto Meyer Arana escribió, refiriéndose a la institución: “El 13 de septiembre de 1870, la Sociedad de Beneficencia nombró una comisión presidida por la señora Andrea Almagro de Sacriste (hermana de Julián Almagro), y compuesta por las señoras Isabel Armstrong de Elortondo, Dolores Lavalle de Lavalle, Jacinta Castro, Mercedes del Sar de Terry y Eulogia Lezica de Acuña, para atender la necesidad de elevar la moral de la clase pobre y desheredada por medio del trabajo y desarrollo del sentimiento religioso, creando un asilo de corrección de mujeres jóvenes y adultas, que al reconocerse culpables se precipitan al vicio…”
Este grupo se señoras de “ilustre apellido” serían las encargadas de encauzar a las ovejitas descarriadas a raíz de la pobreza, toda una concepción discriminatoria y denigrante, propia de aquellos tiempos.
Las primeras asiladas ingresaron el 7 de febrero de 1873; pero el funcionamiento en aquella casona fue efímero, ya que al poco tiempo el asilo fue trasladado a otro edificio de la Convalecencia.
EL HOSPITAL DE NIÑOS “SAN LUIS GONZAGA”
El hospital fue bautizado con el nombre del sacerdote italiano Luis Gonzaga (1568-1591), fallecido a los 23 años y canonizado en 1726, consagrado también patrono de la Juventud Católica. Tanto al mencionado asilo, como a este primer hospital de pediatría de Buenos Aires, les tocará funcionar en un lugar de precarias instalaciones, condiciones y edilicias.
Ya desde la época de Rivadavia la Sociedad de Damas de Beneficencia era el organismo llamado a regentear la medicina, si bien se alzaban voces reclamando que la salud fuera potestad del Estado y no un asunto de caridad a través del cual las clases acomodadas obraban para con las clases más humildes. También en este caso fue Dolores Lavalle de Lavalle quien ubicó en esta quinta de la calle Victoria 1179 ―después Hipólito Yrigoyen 3420― el modesto hospital. Funcionaba en dos galpones de madera hacia los fondos, con 20 camas cada uno. Al momento de la inauguración el 29 de abril de 1875, las 40 camas ya se hallaban ocupadas, lo que era lógico teniendo en cuenta el gran déficit de atención sanitaria que imperaba en Buenos Aires.
Como director interino nombraron al Dr. Rafael Herrera Vegas, luego lo reemplazó el Dr. Ricardo Gutiérrez, quien fuera un notable pediatra. Los secundaron los doctores Ignacio Pirovano, Adalberto Ramaugé y el entonces practicante José María Ramos Mejía.
El hospital apenas funcionó en este lugar poco más de un año, ya que en 1876 fue trasladado a la calle Arenales 1462. Dispuso allí de un edificio algo más amplio, confortable y de mejor acceso. En 1896 se inauguró la sede actual del Hospital de Niños, en Gallo 1330, que llevaría el nombre de Ricardo Gutiérrez, quien había dirigido la institución desde casi su fundación hasta su fallecimiento en 1896.
ERNESTO SÁBATO Y LA QUINTA
Esta misma quinta fue el sitio inspirador de la novela de Ernesto Sábato Sobre héroes y tumbas; allí climatizó parte de la obra, aunque en ningún momento identifica al lugar. ¿Qué habrá visto el genial escritor en la vieja casa? Tal vez fue su predisposición por la naturaleza, las plantas, los animales, los pájaros, y el clima misterioso del vetusto caserón lo que impulsó su elección.
La descripción que realizó el maestro fue notable; se detuvo en todos los detalles del lugar. La novela consigue sin duda alguna instalar al lector en este rincón de Almagro. Comienza con el portón de hierro trabajado, sobre la calle Hipólito Yrigoyen, transita luego el frondoso jardín por un camino de baldosas que conduce a un portal central neoclásico, sostenido por columnas de hierro fundido, típico de finales del siglo XIX, con el adorno de una balaustrada.
“Se sentía un intenso perfume de jazmín del país. La verja era muy vieja y estaba abierta a medias, cubierta por una glicina. La puerta herrumbrada, se movía dificultosamente, con chirridos. En medio de la oscuridad brillaban los charcos de la reciente lluvia. Se veía una habitación iluminada, pero el silencio correspondía más bien a una casa sin habitantes.
Bordearon un jardín abandonado, cubierto de yuyos, por una veredita que había al costado de una galería lateral, sostenida por columnas de hierro. La casa era viejísima, sus ventanas daban a la galería y aún conservaba sus rejas coloniales; las grandes baldosas eran seguramente de aquel tiempo, pues se sentían hundidas, gastadas y rotas.”
“Atravesaron un estrecho pasillo entre árboles muy viejos (Martín sentía ahora un intenso perfume a magnolia) y siguieron por un sendero de ladrillo que terminaba en una escalera de caracol.”
“Bueno, de la quinta no queda nada. Antes era una manzana. Después empezaron a vender. Ahí están esa fábrica y esos galpones, todo eso pertenecía a la quinta de aquí, de este otro lado hay conventillos. Toda la parte de atrás de la casa también se vendió. Y esto que queda está hipotecado y en cualquier momento lo rematan… Alejandra intenta abrir una dificultosa cerradura, dijo ‘esto es el antiguo mirador.
–¿Mirador?
–Sí, por aquí no había más que quintas a comienzos del siglo pasado…”
LA QUINTA Y LA HIDROTERAPIA
Como si fuera poca la historia de esta quinta, en un estudio realizado por un grupo de restauradores bajo la conducción del arquitecto Daniel Scháverlzon en los subsuelos de un Buenos Aires destruido y oculto, se ubicaría tras la demolición del sitio descripto una infinidad de objetos que documentan la privacidad de quienes lo habitaron.
En el sector que corresponde a Hipólito Yrigoyen 3402 fue descubierta una pileta de hidroterapia semidestruida, con paredes de azulejos franceses. La piscina perteneció al establecimiento que habían instalado en el lugar los médicos Felipe y José Solá, hacia 1876, llamado “Establecimiento Hidroterápico de Buenos Aires”. Los folletos de publicidad lo ubicaban en la calle “Victoria 1466 del barrio Once de Septiembre”, precisamente la actual Hipólito Yrigoyen 3402, entonces terrenos de la quinta de Lange.
Se trataba de las primeras experiencias de procedimientos de salud mediante el uso del agua, tanto fría como caliente. En 1877, el Dr. Juan Lacroze instalaría un establecimiento similar en Piedad 1374 (actualmente Bartolomé Mitre 3088, hoy sitio del accidentado local Cromagñón), aunque con elementos mucho más modernos, importados de Europa.
La clínica contaba con baños de asiento, en todas sus variantes. Disponía también de duchas movibles, con lluvia fina, común y de columna, formadas por círculos superpuestos y caños perforados que liberaban agua a diferentes alturas del cuerpo. Aplicaba además una técnica que consistía en arrojar un chorro de agua dirigido desde tres metros y medio de distancia sobre el cuerpo del paciente; una modalidad que hoy solo es usada por la policía para disolver manifestaciones, y que en algún momento fue un recurso hogareño para aplacar ataques de nervios.
El establecimiento poseía un gran depósito de agua, colocado a diez metros de altura, con filtros y dispositivos para mantenerla entre 8 y 14 grados de temperatura.
BIBLIOTECA, INQUILINATO Y TORRES
No existe, en cambio, mayor información sobre la Biblioteca Bartolomé Mitre que habría funcionado allí en el año 1900; sí del conventillo y del inquilinato que se instaló en 1916 hasta la mencionada demolición, para construir las dos actuales grandes torres.
Si se transita por la calle Liniers, a la altura del antiguo mirador (a 20 metros de la esquina), se encontrará con un pedazo de pared y rejas de aproximadamente 18 metros cuadrados: son los restos del primitivo paredón de la quinta. Es lo único que se ha salvado ―hasta ahora― de la rica vida allí encerrada.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES
-http://www.guti.gov.r/histor.htm
-Llanes, Ricardo M., “El Barrio de Almagro”, Cuadernos de Buenos Aires, 1968.
-Meyer Arana, Alberto, La caridad en Buenos Aires, Sopena, 1911.
-Periódico PRIMERA PÁGINA, nº 72, marzo de 2000.
-Rezzónico, Carlos A., Antiguas Quintas de Buenos Aires, Interjuntas, 1996.
-Schávelson, Daniel, Buenos Aires arqueológica, Ediciones Turísticas, 2002.
Agradezco la colaboración de Guillermo José Ibarra
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