BUENOS AIRES
CINCO SIGLOS
LA HISTÓRICA "PORTEÑA" PRIMERA LOCOTORA |
El
crecimiento poblacional y edilicio de Buenos Aires fue desorganizado y desigual
durante sus casi cinco siglos. Desde la “pequeña Aldea” que fundara Garay en 1580, hasta la “Gran Aldea” de la época del
Virreinato del Río de la Plata, creado como consecuencia de las reformas borbónicas, provisionalmente el 1º de agosto de 1776 y definitivamente el 27 de octubre de 1777, por orden del rey Carlos III de España.
Con la revolución de 1810 y la independencia de 1816, la cuestión
no mejoró, ya que en principio fue la guerra de la Independencia, y luego las
reyertas internas de unitarios y federales las que obligaron a colocar en
segundo lugar el “Planeamiento Urbano”.
El crecimiento fue grande en cuanto a población, pero
desordenado respecto a su ubicación en el damero porteño. Todo fue anárquico y
dejado a la mano de la gestión particular que solo veía poco más allá de su
miopía.
La primitiva cuidad llegaba inicialmente hasta la calle de
la Tunas (hoy Callao-Entre Ríos), y luego hasta las hoy Medrano-Boedo-Avenida
Sáenz. Este límite se prolongó hasta la unificación con los Partidos de
Flores y Belgrano en 1880, durante el gobierno de Nicolás Avellaneda,
cuando fue federalizada, convirtiéndose en el principal destino del movimiento inmigratorio.
El primitivo ejido urbano creció de 327 hectáreas en 1580 a
3.963 en 1867 para llegar a 18.141 hectáreas
con la federalización en 1880.
Solamente entre 1810 y 1850 la población creció de solo 40 mil almas a 80 mil. Apenas
40 años después, hacia 1890, se produjo el “gran salto poblacional” con un
aumento del 600%, cuando Buenos
Aires llegó a tener 530.000 habitantes.
A partir de 1850 comenzaron a dividirse las grandes quintas
y quintones que abrazaban el casco urbano como un apretado “Cordón Verde” hacia
el sur, el oeste y el norte, límite físico del despoblado y los partidos de
Flores y Belgrano.
El Ferrocarril impulsará en 1857 la apertura del “Camino de Hierro al Oeste”, el agreste corredor que traerá un nuevo aumento de la superficie
poblada. A la vera de su recorrido
surgirán nuevos poblados, nuevos emplazamientos y también muchos comerciantes “visionarios”
iniciarán un nuevo negocio de tierras y emprendimientos inmobiliarios.
El grueso de la población que se concentraba en las
parroquias de los barrios sur y céntricos, iniciarán un lento deslizamiento que
acompañará al ferrocarril y al loteo de
las quintas.
La epidemia de fiebre amarilla de 1871 provocará un éxodo de los
sectores más acomodados que abandonarán sus residencias de San Telmo y aledaños
y se refugiarán en sus quintas de fin de semana de Recoleta, Palermo
y Belgrano.
El barrio sur y sus adyacencias vivirán un nuevo fenómeno asociado a la fuerte inmigración:
nacerá “el conventillo”, otro negocio inmobiliario, esta vez para lucrar con los sectores
más desprovistos de la sociedad de entonces. Eran aquellos que llegaban al país
para “hacer la América”, miles y miles de italianos, españoles y polacos, que
huían de la crisis y la guerra para probar fortuna en estas ignotas tierras.
Aquellas residencias abandonadas, sumadas a otros viejos
inmuebles, se convertirán en lugares
de hacinamiento. Una concentración no planificada ni por ellos ni por las autoridades, que habían esperado una corriente inmigratoria de técnicos y expertos europeos. Se equivocaron,
llegaron sectores humildes desplazados en sus países, además corridos por
cuestiones políticas allí donde proliferaban las nuevas ideas del anarquismo, el socialismo y
el marxismo.
LA QUINTA DE LANGE DE H. YRIGOYEN Y LINIERS |
Así
se conformará el “crisol de razas” tan mentado en nuestro pasado, y tan
denigrado hoy con la llegada de inmigraciones de nuestros países limítrofes.
Del
conventillo se pasará al inquilinato y de allí a las casas económicas municipales,
o a la casa propia al costado del ferrocarril, en terrenitos comprados en un
centenar de cuotas; la tierra resultaba accesible sin importantes sacrificios.
Más
tarde, y para algunos sectores menos proletarizados, llegará el departamento en
propiedad horizontal, siempre sin planificación de las autoridades. La metrópolis comenzará a tener sectores con altas edificaciones que taparán los rayos del
sol y obligarán al arbolado urbano a estirar sus brazos al inalcanzable cielo.
Llegarán
otros problemas, el de la ocupación indiscriminada de la ciudad, sin planificación alguna, y la consecuente superpoblación, que provocará la carencia de espacios verdes y el
colapso de los servicios urbanos, pero esto
será motivo de otras notas del periódico.
Marta Romero
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