La recuperación de la Confitería del
Molino
EL FRENTE RECUPERADO
Finalmente, después de muchos años de abandono, y tras un largo
proceso de refacciones, marchas, contramarchas y decisiones cruzadas, vuelve a
brillar en la zona de Congreso la tradicional Confitería
del Molino, un patrimonio nacional y toda una asignatura
pendiente hecha realidad. Falta ahora delimitar el fin que dicho edificio deba
cumplir, en aras de la cultura y la memoria barrial.
ANTES Y DESPUÉS DE REFACCIÓN DEL FRENTE
Diputados
aprobó la emblemática ley por unanimidad para que el inmueble pase a la Legislatura
nacional, situación que por razones de
presupuesto permanece en una cierta incógnita. Lo cierto es que pese a todo, el edificio fue refaccionado y hoy nuevamente luce
en la tradicional esquina de Callao y Rivadavia.
Según
dispone la nueva ley, el subsuelo y la planta baja deberán ser concesionados
para su utilización como confitería, restaurante, local de elaboración de
productos de panadería, pastelería o cualquier otro uso afín a esas
actividades.
El
resto del edificio deberá consagrarse a un museo dedicado a la historia de la
confitería y al rol que tuvo "en el crecimiento y consolidación de la
democracia argentina", según se especifica en los considerandos de la
expropiación.
Además,
se diseñará un centro cultural que se llamará "De las aspas”, dedicado a
difundir y exhibir la obra de artistas jóvenes argentinos que no haya sido
expuesta públicamente en ningún otro medio.
La
iniciativa, que fue elaborada por el senador Samuel Cabanchik, tuvo al
presidente de la Cámara Baja, Julián Domínguez,
como su principal impulsor en este cuerpo. De hecho, cuando comenzó el debate
en el recinto, el diputado oficialista bajó de su sitial en el estrado y se
sentó en una banca para fundamentar la necesidad de sancionar el proyecto.
Con la
mirada puesta en el 9 de Julio de 2021, fecha
en la que se celebrarán los 105 años de apertura y,
tal vez, se realice una “reapertura simbólica” de la Confitería del Molino,
avanzaron las tareas
de su restauración y puesta a punto del espacio, hoy en su etapa final. Entre
las obras que ya están concluidas se destacan la cúpula del edificio, cuya
estructura fue totalmente restaurada e incluye la recuperación de las aspas,
que no solo volvieron a funcionar sino que también fueron iluminadas con un
sistema de luces LED, y las escaleras internas, que llegan hasta el sistema que
mueve las aspas. En este caso puntual, para su funcionamiento se rectificaron y
pusieron a punto los motores originales, que se encontraban allí abandonados.
Según explicaron en el lugar: “las aspas volvieron
a girar luego de varias décadas de estar sin funcionar”. Otro de los trabajos
que se implementaron fue la instalación de los cuatro leones alados que
existían en los vértices de la torre. También se recuperaron y retro iluminaron
los ocho gajos de vitrales de la cúpula. Los trabajos en la parte superior del
inmueble incluyeron la impermeabilización y recuperación de la terraza, en la
que se prevé habilitar un bar. En tanto, ya comenzaron a retirar los 1.800 m2
de andamios que cubrían las fachadas del inmueble estilo art nouveau
construido por el arquitecto Francisco Gianotti e inaugurado en 1916.
LA CONFITERÍA EN EL AÑO 1916
“Si
bien la cuarentena imprimió un freno en los trabajos que se venían realizando desde julio de 2018, se comenzó
el año 2021 con las obras estructurales del edificio casi finalizadas. Estos
trabajos incluyeron la restauración integral de la cúpula, de la terraza y de
la fachada del edificio”, aseguró Ricardo Angelucci, secretario técnico
administrativo de la Comisión Administradora del Edificio del Molino (CAEM).
SU
HISTORIA
La
historia de este famoso café de Buenos Aires, comienza en 1850, cuando dos
reposteros italianos adquieren la Confitería del
Centro, ubicada en Rodríguez Peña y Rivadavia, y
le cambian el nombre por Confitería del Molino,
debido a un molino harinero que había antiguamente en el sector que hoy ocupa en
la Plaza del Congreso y que llevaba el nombre de Molino a Vapor Lorea.
INTERIOR REFACCIONADO DEL SALÓN DE LA ENTRADA
En 1904 uno de los reposteros,
el italiano Cayetano Brenna, adquiere la esquina de Callao y Rivadavia y mientras
en Europa comenzaba la Primera Guerra Mundial, el señor Brenna comienza a levantar en esta esquina uno de los
edificios más altos de Buenos Aires. En 1904, Callao era una calle de tierra
llena de árboles, pero Brenna, como buen italiano
previsor, adquirió la esquina que formaba con Rivadavia. Siete años más tarde compró
la casa de Callao 32 y en 1913 la de Rivadavia 1915. Para su construcción trajo
todos los materiales de Italia, puertas, ventanas, vitraux, mármoles y todo lo necesario
para su monumental obra.
El
nuevo edificio se inauguró espectacularmente en 1917 y se hizo famoso por las especialidades
de la casa, como el merengue, el marrón glacé,
el panettone de castañas y el imperial ruso, curiosamente conocido en Europa como
“postre argentino”, ya que fue creado por Cayetano Brenna, para solidarizarse con la dinastía zarista, cuando
los bolcheviques asaltaban el Palacio de Invierno.
El
lugar fue adoptado por la alta burguesía; señoras elegantes y caballeros
vestidos de etiqueta se volcaron al amplio salón, al que también accedían artistas, escritores y poetas.
Se transformó en el lugar preferido por los políticos de turno debido a su
cercanía con el Congreso de la Nación.
Por sus
mesas pasaron personalidades como Alfredo Palacios, que casi siempre
pedía coñac, café y medialunas; Carlos Gardel, que le encargó especialmente a
Brena un postre para regalarle a su amigo Irineo Leguisamo (así fue como se
inventó “el Leguisamo”, una exquisita combinación de bizcochuelo, hojaldre, merengue,
marrón glacé y crema imperial con almendras). Lisandro de la Torre y Leopoldo
Lugones bebieron copetines en este lugar. El tenor Tito Schipa saboreó el champaña
y la soprano Lili Pons comió pequeños sandwiches de miga; mientras
Niní Marshall, Libertad Lamarque y Eva Perón preferían el té con masitas secas.
Roberto Arlt dio cuerpo a sus Aguafuertes Porteñas, y en una de ellas, el
mordaz narrador se burló del francotirador que se había amotinado en la
confitería, durante la revolución de 1930.
“Las
chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la
Confitería del Molino”, escribió Oliverio Girondo, quien fuera otro de sus
asiduos concurrentes.
La
muerte de Cayetano marcó el fin de una época, la confitería fue vendida y años más
tarde, declarada en quiebra –en
1978, durante la dictadura cívico-militar, cuando quebraron tantas empresas
nacionales–. Después se recuperó medianamente. En el año 1997,
con el auge de las políticas neoliberales, volvió a cerrar y hasta el día de
hoy no ha sido abierta, y no es casual que restaurada la democracia, con el
apoyo de todos los bloques políticos, se haya logrado recuperar la Confitería
del Molino que es parte de nuestra historia.
Arquitectónicamente,
es un ejemplo relevante del estilo art nouveau, un edificio de
vanguardia de la belle époque. Consta de salones para fiestas y tres
subsuelos, el resto es un edificio de rentas, conformado por departamentos para
viviendas u oficinas. Fue incluida por la UNESCO como patrimonio Art noveau internacional.
La
Confitería del Molino, con su magnífica torre aguja sobre la ochava, sus
vitraux y sus ornamentaciones, cerró sus puertas el 23 de febrero de 1997, ese
mismo año fue declarada Monumento Histórico Nacional para
evitar su demolición.
Marta Romero
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