Discépolo y Centeya, dos íconos
barriales
Hermano Discepolín, de Julián
Centeya. Selección, notas y prólogo: Nicolás Cobelli y Martín Prestía. Buenos
Aires, Editorial Meridión, 2023.
Julián Centeya nació como Amleto
Enrico Vergiati en Borgo Val di Taro, Parma (Italia), el 15 de octubre de 1910. Se radicó en
Argentina junto a su familia a comienzos de 1922, cuando su padre, de
orientación anarquista, decidiera abandonar su tierra natal ante el avance del
fascismo. Personaje poliédrico e irrepetible, en su febril actividad se
sintetiza toda la cultura popular del siglo pasado. Fue periodista y “charlista” radiofónico,
recitador y libretista, presentador, columnista de diversos formatos y crítico
de cine, letrista de tango, poeta y novelista. Murió en Buenos Aires el 26 de
julio de 1974.
Hermano Discepolín, flamante libro de la Editorial Meridión,
reúne una serie de textos de diversa índole y procedencia: conferencias,
artículos periodísticos, reseñas de películas, contratapas de discos,
transcripciones de charlas e intervenciones radiales, poemas, glosas y letras
de tango. En todos ellos Julián Centeya aborda, de un modo u otro, la
personalidad, vida y obra de Enrique Santos Discépolo.
La obra de Centeya es rica en matices y ramificaciones. El talante
nostálgico y cierto candor evocativo de sus páginas dedicadas al barrio lo
acercan a Homero Manzi, pero el poeta lunfardo brilla en las notas descarnadas,
ácidas, que lo hermanan a Discépolo. Su página “Batimento”, instala el mismo mundo que Discepolín vislumbró en
“Tormenta”, y la cruda ironía y sutil inconformismo de “Valsecito cursi”
recuerdan los versos de la magnífica saga discepoleana que principia en “Qué
vachaché” y continúa en “Qué sapa, señor?” y
“Cambalache”, hasta alcanzar los ribetes trágicos del hondo drama existencial
de “Yira… yira…”. Un Centeya desengañado convive –nihilista al fin– con el evocador de patios y empedrados,
de ochavas y cafés brumosos. Es el mismo Centeya de “El
vaciadero”, su
novela, y de los poemas “Atorro” y “Deschave”, sin olvidar su puteada esdrújula
y sus musas barrosas.
En el texto principal de los reunidos en este libro, la
conferencia “Enrique Santos Discépolo. La Biblia contra el calefón bailaba su
danza de horror”, Centeya bosqueja el perfil de su amigo ausente en el trasluz
de ese mismo cristal, descreído y agrio. Discepolín es el perpetuo
desesperanzado, a quien Centeya hace decir, no sin un dejo de cinismo –pero también de involuntaria resignación–: “La desolación es un templo: hay que arrodillarse” y
“Ninguno de mis personajes, no sólo no cree, sino que no triunfa. La gente
necesita héroes. Yo no se los doy”. Con todo, ese pesimismo se niega a la
derrota, a pesar de saberla inevitable. Discépolo –como
Centeya mismo– pone el dedo en la llaga, sin regodearse en
el dolor. Ese reparo abre un tímido resquicio
por el cual puede filtrarse una esperanza. Frágil “hermano de todos los
desheredados”, Discépolo fue un hambriento de fe y de ilusión, que “soñaba con
un Dios transportable para llevarlo en el bolsillo”. Pero “Dios” puede ser uno de
los nombres para la comunidad. En el espejo discepoleano se vislumbran los
tenues contornos de la compasión, sostenida hasta el desgarro. De ello también
supo Manzi, cuando sentenció en su tango “Discepolín” –ese responso anticipado que le dedicara junto a Troilo–: “te duele como propia la cicatriz ajena”.
Los textos que completan el volumen están agrupados en dos apartados,
que reúnen diversos apéndices: “Artículos, ensayos y otras páginas” y “Poemas,
glosas y letras de tango”. Cierra el libro un “Apéndice de nombres, lugares y
sucesos”, confeccionado para
la ocasión. Se trata de una breve aproximación a algunos de los personajes y
hechos que Centeya menciona en la conferencia citada, y que pretende ofrecer un
acceso complementario, sin ánimos de exhaustividad, a la época y la ciudad que
hermanaron a dos de las grandes plumas de nuestra cultura popular.
Martín
Prestía
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