jueves, 31 de octubre de 2019

LEYENDAS DE PUEBLOS ORIGINARIOS


El kakuy (leyenda quechua)


El kakuy es un ave nocturna de rapiña que habita en los montes del noroeste de nuestro país. Es un ave solitaria de lúgubre canto y su nombre proviene del quechua. La historia, aunque algo cruel, habla del compañerismo entre hermanos.

En el monte vivían dos hermanos, un varón y una mujer. El hermano era muy trabajador y además un hombre realmente bueno. Estaba siempre en el monte y cuando regresaba a su hogar le traía regalos y frutos silvestres a su hermana, además de todo lo necesario para vivir. La hermana era haragana y desordenada, le costaba mantener el rancho ordenado y cuando el hermano venía cansado de su trabajo, ella nunca lo recibía como se merecía.
Un día, él regresó muy agotado luego de una dura jornada de trabajo en el monte y le pidió si por favor le podía dar un poco de hidromiel, la hermana fue a buscar el frasco pero antes de dárselo lo derramó en su presencia.
Al día siguiente ocurrió lo mismo pero esta vez con la comida. De a poco la paciencia de este muchacho se fue acabando y decidió castigar la maldad de la hermana.
Una tardecita la invitó a ir a recoger miel fresca al monte, la llevó bien adentro. Cuando llegaron a un quebracho de copa muy grande el hermano la invitó a subir e ir por la miel, juntos lograron llegar hasta lo más alto del árbol, entonces fue allí cuando el hombre comenzó a descender, desgajando el árbol a medida que iba bajando, cortándole todas las ramas, de manera que su hermana no pudiera bajar. El hombre se bajó y se alejó, la hermana quedó allí en lo alto del árbol con mucho miedo.
Al caer la noche su temor se trasformó en terror. Con el correr de los minutos, horrorizada notó que sus pies se convertían en garras, sus manos en alas y que el total de su cuerpo estaba cubierto por plumas.
Desde entonces, el pájaro sale sólo de noche, sufre el abandono y clama por su hermano rompiendo el silencio de la noche del monte. Su grito desgarrador es de “¡Turay…Turay!”, que en quechua quiere decir “¡Hermano… Hermano!”.



Los pétalos de la rodocrosita (leyenda diaguita)




Tras largos días y noches de andar, el chasqui alcanzó el último tramo del camino que conducía a la morada del rey Inca. Llevaba una singular ofrenda destinada al gobernante: tres gotas de sangre petrificadas. El precioso hallazgo fue recibido con mucha emotividad.

En el Lago Titicaca, en tiempos pasados, se había construido el templo de las acllas: las vírgenes sacerdotisas del Inti.
En ese sitio se encontraban anualmente el sol y la luna para fecundar los sembrados y asistir a la sagrada elección de quien heredaría la responsabilidad de perpetuar la sangre inca.
Un día el invencible guerrero Tupac Canqui se atrevió a ingresar al sagrado templo, desafiando la tradición incaica.
Desde el momento en que descubrió a la bella ñusta aclla, nació su amor por ella.
La sacerdotisa lo correspondió, consciente de ignorar las restricciones del Tawantinsuyo para las elegidas.
Juntos, escaparon hacia el sur, buscando proteger el vientre de la aclla lleno de vida.
El poder imperial bramó y destinó infortunados grupos armados a castigar a los culpables de la transgresión.
Tupac Canquí y la ñusta aclla se instalaron cerca del salar de Pipando, donde tuvieron muchos hijos descendientes de los aymarás, que fundaron el pueblo diaguita.
Sin embargo, jamás lograron deshacerse del hechizo de los shamanes incas.
Ella falleció y su cuerpo fue sepultado en la alta cumbre de la montaña, él murió poco tiempo después, ahogado en su triste soledad.
Una tarde, el chasqui andalgalá descubrió la tumba de la ñusta aclla impresionado por ver cómo florecía, en pétalos de sangre, la piedra que la cubría.
Rápidamente salió del estupor y arrancó una de las rosas para ofrendar al rey Inca.
El jefe del imperio, aceptando con emoción la flor de la rodocrosita, perdonó a aquellos antiguos amantes furtivos.
En adelante, las princesas de Tiahuanaco lucieron con orgullo trozos de la piedra rosa del inca, símbolo de paz, perdón y amor profundo.




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