sábado, 1 de junio de 2013

CONJETURAS (Relato)



Conjeturas



Cada mañana, a la misma hora, un hombre se sentaba en la misma mesa y pedía un café. Hacía meses que cumplía la misma ceremonia.
En realidad, tanto tiempo como hacía que el bar había sido reinaugurado. Llegaba tranquilo, corría la silla, se sentaba, acomodaba el servilletero y esperaba paciente a que lo atendieran.
Buenos días, un café en jarrito por favor pedía siempre, cada mañana, desde hacía mucho tiempo ya.
Siempre estaba solo y parecía no tener apuro ninguno. Sin embargo, siempre se quedaba exactamente el mismo tiempo. Tomaba su café en forma pausada y cuando lo terminaba, se quedaba mirando algo que nadie podía imaginar qué era. Miraba la hora y se retiraba, no sin antes dejar la misma propina todos los días, generosa por cierto.
El hombre siempre estaba bien vestido, siempre ocupaba la misma mesa, siempre pedía lo mismo. “Siempre” era una rutina.
En el bar todos lo conocían, pero nadie nunca se había tomado ni siquiera cinco minutos para conversar con un cliente tan fiel. Los mozos que lo atendían, la cajera y hasta el dueño hablaban de él, lo “esperaban” cada mañana, pero ninguno de ellos había sido capaz de cambiar dos palabras con el hombre.
Sin embargo, y a pesar de no saber absolutamente nada de su vida, cada uno tenía hechas muchas conjeturas acerca del fiel y solitario cliente.
Pobre hombre decía la cajera–. Sin duda está muy solo. Jamás lo acompaña nadie, ni siquiera los fines de semana. Eso es señal que está verdaderamente solo en la vida. Miren qué mirada triste que tiene. No tiene alianza, seguro nunca se casó. Viene a desayunar aquí para no sentirse tan solo en su casa. Seguro no tolera desayunar sin compañía y por eso viene aquí porque si bien viene solo, es evidente que se entretiene mirando pasar la gente. ¡Qué historia tan triste pobre hombre!
¿Sabes que no creo que sea un pobre hombre? dijo uno de los mozos que siempre lo atendía–. Tiene cara de ser una persona difícil, de triste nada. Solo se debe haber quedado porque nadie lo debe soportar. ¿No le has visto bien la mirada? Tiene la mirada dura, como de hielo. Y no debe venir aquí porque no tenga nadie que le haga el desayuno, apuesto a que no lo soportan en su casa o mejor dicho, él no debe soportar a nadie y se aísla. Bien solo está. Y si no tiene la alianza, te aseguro que se debe haber divorciado. Mírale la cara, es evidente que no es una persona sencilla.
No estoy de acuerdo con ninguno de los dos intervino el dueño del bar–. Ese hombre tiene un problema, lo veo en su rostro. Algo lo está acosando. Debe venir aquí a pensar tranquilo, sin preocupar a nadie. Hay algo que no está bien en la vida de esa persona, se nota en su rostro. Sus actitudes también. ¿No ven cómo revuelve el café una y otra vez? Señal evidente que está nervioso, que hay algo que lo preocupa y mucho y no encuentra la solución.
Cada mañana, el personal del bar esperaba a ver si el fiel cliente entraba, se sentaba, pedía su café y lo revolvía una y otra vez. Y cada mañana ocurría lo mismo, con lluvia o frío, con intenso calor o temporal, el hombre jamás faltaba a su cita solitaria.
Todos lo observaban, todos ideaban situaciones, conflictos, pensamientos, en definitiva, le inventaban una vida que sólo se les antojaba a ellos, pero nunca nadie jamás habló con él.
Para unos era un pobre hombre, solo y sin amor, para otros una persona verdaderamente difícil y sin duda alguna, merecedora de su soledad y para el resto el hombre vivía torturado por algo que lo acosaba. Nadie sabía a ciencia cierta, nadie preguntó jamás.
Un día el hombre no llegó y todos en el bar se preocuparon.
Se enfermó dijo la cajera.
Tuvo un problema con alguien seguramente interrumpió el mozo.
¿Y si se murió? preguntó el dueño del bar ¿Y si ya no podía con su vida y decidió acabar con todo?
Lo cierto era que ese hombre, solitario e inspirador de tantas elucubraciones había sido cliente de ese bar, desde siempre, cuando otros eran sus dueños. Cuando las personas se acercaban más unas a otras y tenían cinco minutos para preocuparse por el otro.
En ese viejo bar de aquellos años, ese hombre había conocido a su gran amor y cada día, todos los días, ambos desayunaban en ese mismo lugar.
La vida los separó, más allá de la voluntad de ambos, pero él le hizo una promesa.
Yo te esperaré, todos los días, cada mañana, pensaré en ti y seré feliz. Te esperaré porque sé que algún día volverás.
Y como la vida suele dar revancha, a veces nos quita, pero también nos devuelve, la mujer volvió.
Esa mañana, una mujer ya más grande había vuelto a buscar un hombre ya mayor. Volvió a buscar al amor de su vida, un hombre generoso, agradable y por sobre todas las cosas fiel.
No fueron a desayunar porque primero, tenían que reencontrarse en la forma más amorosa que podía haber, solos y juntos.
La gente del bar siguió haciendo conjeturas sobre alguien que tenía una historia bien distinta a la que cada uno de ellos había imaginado.
Una historia que si alguno de ellos le hubiese regalado a ese hombre cinco minutos de su atención hubiese sido hermoso y enriquecedor conocer. Una historia que hubiese valido la pena compartir.






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