ESOS ANIMALITOS
Apenas
le faltaban unos pasos a un viejo ciervo, que llegaba desfallecido, para
alcanzar la orilla del río cuando se desplomó. Observándole desde lo alto se
encontraba un buitre, una zorra tras un matorral y un coyote más allá, aunque
pronto se sumaron otros comensales más.
–¡Benditos
dioses!, no han sido en vano mis plegarias. Días son los que ando tras él, y
cómo buena presa bajo mis garras ha venido a caer, así que, por favor –con
un tono bastante severo–
retiraros de la plaza, la feria se da por finalizada. Entusiasta se
mostraba el buitre, no en vano había tomado primero la palabra.
–¡Ja! A estas
alturas y con esas necedades, aquí no hay ruegos que suenen, ni a callar se
adhieren los truenos. Esto ha caído en territorio de nadie y al reparto nos
debemos. A duras penas propuso el coyote, ante tan suculento manjar.
–No hay
plegarias ni razones que consuelen la pena de una madre. Entre todos debéis
alzarlo hasta mi morada. Son muchos los días que mis cachorros no se llevan
nada a sus bocas, y por si fuera poco, el frío anda cerca y no tengo nada en la
despensa. ¡Pobre de mí! ¿Qué será de nosotros?. Desconsolada,
se prodigaba la zorra con labia y lamentos.
–Bueno,
bueno, no es para ponerse así mujer, algo se podrá hacer por los más necesitados,
después de todo… se le ve bastante hermoso. Volvió a
plantear el buitre, viendo que la cosa se complicaba, pues cada vez eran más
los ojos que se añadían al banquete, y ante tal necesidad optó por
congratularse con la zorra.
–Será
mejor que lleguemos a un acuerdo a través de un consenso o buscar otra forma de
aclarar esto, pues de todos es conocido y sabido que las lenguas no engendran,
que se requiere de otras respuestas. No conforme el coyote, y ante
la posibilidad de que el buitre y la zorra se liasen, pidió, entre los
asistentes, otra opinión. En esto, se acerca un halcón que desde que divisó al
buitre le seguía, con la seguridad que algo él alcanzaría.
–No sé,
no sé qué pensará el resto de vuestras
alegorías… pero, si a la existencia nos remitimos, desligándonos de
sentimentalismos, imaginaciones u otras mercaderías, la realidad es que todos
tenemos derecho, puesto que están en juego
nuestras vidas, no es el alimento, por estos lugares, lo mejor que se prodiga.
Mientras que hablaba, el halcón miraba cómo los animales se iban acercando al
lugar donde había caído el ciervo, que, ya, en pie, se adentraba en el río.
Atónitos quedaron cuando vieron que su reñida comida, con la corriente,
desaparecía.
Rosa
María Alemán Díaz
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