El café Cortazar de Cabrera y Medrano
La actividad cultural y gastronómica de calidad, unidas para
homenajear al gran Julio
La esquina de Cabrera y Medrano constituye una parada
obligatoria para todos los amantes de la literatura y de la buena gastronomía.
Allí, en el límite entre Palermo y Almagro, se encuentra el Café Cortázar, el bar temático –inaugurado a fines de 2015– dedicado al famoso y querido escritor. En
su fachada, el logo del café –ideado
por el arquitecto Horacio Spinetto– que nos muestra a un Cortázar travieso, deseoso de espiar por encima del
nombre, escrito con la tipografía de la Olivetti Lettera 22 –la máquina de escribir que él utilizaba– nos invita a entrar.
Ingresar al lugar es como
sumergirse en un universo aparte: el cortazariano. Las paredes están estampadas
con innumerables fotos de nuestro entrañable Julio, solo, acompañado por
amigos, sus mujeres, sus mascotas, en Buenos Aires, en París. Un retrato del
escritor realizado por la pintora Renee Heisecke nos da la bienvenida, al lado de
la primera mesa. Hay una rayuela a todo color. También pueden observarse,
enmarcadas, algunas tapas de sus libros y varias citas de sus obras. Es sólo el
aperitivo de lo que será el gran postre: los dos murales alegóricos pintados
por el artista Ricardo Villar, uno ubicado en la planta baja y el otro en el
primer piso. Allí se ve al homenajeado, a Charlie Parker –del cual Cortázar era fanático–, su máquina de escribir, imágenes que
representan algunos de sus cuentos y novelas.
“La decoración se realizó a
través de una selección muy cuidada, haciendo un recorte del material que había.
Algunas de las fotos son clásicas, como la que sacó Sara Facio. Hay muchas
postales, dedicatorias de libros, ilustraciones. La intención era que hubiera
variedad. Exhibir el registro fotográfico que ya todos conocen y está en todos
lados no tenía sentido. Por eso, surgió la idea de poner un valor agregado mediante
una obra original como los murales de Villar, que hizo su lectura libre sobre
Julio”, señala Romina Metti, responsable de
Comunicación del café.
El café se convirtió en un
verdadero refugio cultural: se desarrollan presentaciones de libros, charlas
abiertas, talleres de lectura y escritura, muestras artísticas. Todas las
actividades están atravesadas por la figura del escritor. Por ejemplo, hace
poco brindó una charla la escritora Luisa Valenzuela, que escribió el libro Entrecruzamientos, sobre la relación
entre Julio Cortázar y Carlos Fuentes, a su vez amigos de ella. En cuanto a los
talleres, se busca dar otra mirada sobre Julio. Se unen distintas disciplinas
como literatura y fotografía, literatura y cine. Un taller que se está dictando
en este momento consiste en encarar la vida y obra de Cortázar desde la carta
astral.
En el primer piso hay una bellísima
exposición del fotógrafo y reportero gráfico Hugo Passarello Luna –argentino, residente en Francia– denominada Fotorreportaje inesperado. En 2014, con motivo del centenario del
nacimiento de Cortázar, Passarello Luna buscó personas famosas o anónimas que
vivieran en la capital francesa o estuvieran allí y les propuso un juego
ingenioso: que eligieran un lugar de París para ser retratadas y un fragmento
de Rayuela, y que explicaran por qué habían vinculado esas dos cosas. Participaron,
entre otros, la escritora Valenzuela, sus colegas Martín Kohan, Ana María Shúa,
Pablo De Santis, Alberto Manguel y el dibujante Rep.
Tratándose de un café
dedicado a homenajear a Cortázar no podía faltar una biblioteca. Se encuentra
al fondo y reúne los libros del escritor, artículos, material de estudio sobre
su obra en distintos idiomas, aportados por investigadores de diversos países; hay
ediciones raras, tapas inéditas. En la biblioteca también hay unos guantes de
boxeo –deporte que le
fascinaba a Julio–, una
máquina de escribir del mismo modelo que él usaba, sifones antiguos.
En el café, hasta los
manteles de papel tienen motivos cortazarianos, por ejemplo hay uno con una rayuela
dibujada por el escritor que la gente se lleva como souvenir. También varios platos
llevan nombres de sus obras o sus personajes como la ensalada La Maga. Entre
los desayunos están el Olivetti Lettera y el Flanelle –como su gato–.
INTERIOR DEL CAFÉ CORTAZAR |
“Los turistas que nos
visitan se topan con el café porteño, con sus clásicas sillas de madera y las
mesas de fórmica recuperadas, y el sector parisino, con el sillón y las mesitas
circulares de mármol. Los turistas vienen porque es un bar temático dedicado a
Cortázar pero también porque se encuentran con un café que es bien porteño,
tradicional”, explica
la representante del emprendimiento.
En relación al aspecto
gastronómico, lo que más sale son las picadas, la tortilla, las pastas caseras,
el sándwich de salmón, la hamburguesa completa y la suprema a la napolitana. En
bebida, lo que más se pide es la cerveza artesanal, y respecto a los postres, el
strudel, los panqueques de manzana, de naranja, el tiramisú y el cheesecake.
“Éste es un café de amigos.
La gente que trabaja acá es muy cálida y ama lo que hace. Es una esquina mágica
porque desde que abrió el café sucedieron un montón de coincidencias y hechos
fantásticos bien a lo Cortázar. Hay un ángel de Julio que está acá, es lo que
comenta la gente que viene. El público es variado. Hay gente que viene muy
seguido y va probando los distintos horarios del día. El café se fue haciendo
de todos, como si fuera una extensión de su casa”, expresa satisfecha Metti.
Imágenes: cortesía del Café
Cortázar. Ph. Anita García Q
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