LEYENDAS DEL
PALACIO DE LAS AGUAS
Un palacio
lleno de mitos y leyendas
Pensaban que
era la futura sede de la casa de Gobierno. Decían que en los tanques se había
suicidado una pareja de enamorados porque los padres no los habían dejado
casarse, señaló el director del Museo del Agua, arquitecto Jorge
Tartarini, sobre algunas de las historias que rodearon al Palacio
desde que comenzó su construcción y hasta la actualidad.
Tomás Eloy
Martínez relató en su libro “Santa Evita” que el cadáver de Eva Perón estuvo
escondido un tiempo en este edificio.
Así lo
describía en el texto de 1995: “El guardián les
entregó la soga para que bajaran el ataúd y se alejó por la avenida de pinos,
maldiciendo a la noche.
El Coronel
imaginaba su misión como una línea recta. Salía de la CGT. Avanzaba dos
kilómetros por la avenida Córdoba. Entraba al palacio de Obras Sanitarias por
una de las puertas laterales. Ordenaba que descargaran el ataúd. Arrastraba el
cuerpo hacia su destino. ‘Dos cuartos vacíos y
sellados’, había dicho Cifuentes, ‘en la esquina sudoeste de Obras Sanitarias’.
Lo difícil
era conseguir que los soldados transportaran el ataúd, sano y salvo, por la
escalera de caracol que desembocaba en el segundo piso. Sano y salvo eran
adjetivos que jamás había usado en relación a la muerte. Todas las palabras le
parecían ahora desconocidas.
Sobre la
marcha, el Coronel dibujó sus planes por segunda vez. En la trama había una
figura nueva: el sargento ayudante Livio Gandini. A última hora había decidido
quitárselo al clarinetista Galarza. Aunque ninguno de los otros lo sabía, era
él, MooriKoenig, quien iba a llevar el cuerpo verdadero. Necesitaba más
refuerzos, más certezas. Ahora, los hechos iban a ser así:
Los soldados
dejarían el ataúd en el segundo piso de Obras Sanitarias. Regresarían al
camión, vigilados por Gandini. Él, MooriKoenig, encendería una lámpara sol de
noche. Arrastraría a la difunta hacia los cuartos de la esquina sudoeste.
Cubriría el ataúd con lonas. Clausuraría la puerta con candado. Et finiscoronat opus, como hubiera dicho
el embalsamador.”
En otra de
sus obras, que se llama El cantor de tango,
habla de un asesinato que tuvo lugar en el edificio. El
de Felicitas Alcántara, que desapareció a fines del siglo XIX cuando paseaba
con sus hermanas y dos institutrices. Dos años después, cuando aquí se hizo una
oficina, se tuvo que tirar abajo una pared y detrás se encontró el cuerpo de la
muchacha atado a una silla, con la misma ropa que tenía cuando fue raptada.
Poco después
del hallazgo del cuerpo de Felicitas, los Alcántara vendieron sus posesiones y
se expatriaron a Francia. Los vigilantes del Palacio de Aguas se negaron a
ocupar la vivienda del rectángulo suroeste y prefirieron la casa de chapas que
el gobierno les ofreció a orillas del Riachuelo, en uno de los rincones más
insalubres de la ciudad. A fines de 1915, el presidente de la República en
persona ordenó que las habitaciones malditas fueran clausuradas, lacradas y
borradas de los inventarios municipales, por lo que en todos los planos del
palacio posteriores a esa fecha aparece un vacío desparejo, que sigue
atribuyéndose a un defecto de construcción, dice un fragmento del texto
publicado en 2004.
Por: José María Costa
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