Un zopilote estaba mordisqueándome
los pies. Ya había despedazado mis botas y calcetas, y ahora ya estaba
mordiendo mis propios pies. Una y otra vez les daba un mordisco, luego me rondaba varias veces, sin cesar, para
después volver a continuar con su trabajo. Un caballero, de repente, pasó, echó
un vistazo, y luego me preguntó por qué sufría al zopilote.
"Estoy perdido", le dije. Cuando vino y comenzó a
atacarme, yo por supuesto traté de hacer que se fuera, hasta traté de
estrangularlo, pero estos animales son muy fuertes... estuvo a punto de echarse
a mi cara, mas preferí sacrificar mis pies. Ahora están casi deshechos".
"¡Véte tú a saber, dejándote torturar de esta
manera!", me dijo el caballero. "Un tiro, y te echas al zopilote”. "¿En serio?", dije. "¿Y usted me
haría el favor?" "Con gusto”, dijo el
caballero, "sólo tengo que ir a casa por mi
pistola. ¿Se podría usted esperar otra media hora?" "Quién
sabe", le dije, y me estuve por un momento tieso de dolor. Entonces le
dije: "Sin embargo, vaya a ver si puede... por favor". "Muy
bien", dijo el caballero, "trataré de hacerlo lo más pronto que
pueda". Durante la conversación, el zopilote había estado tranquilamente
escuchando, girando su ojo lentamente entre mí y el caballero. Ahora me había
dado cuenta que había estado entendiéndolo todo; alzó ala, se hizo hacia atrás,
para agarrar vuelo, y luego, como un jabalinista, lanzó su pico por mi boca,
muy dentro de mí. Cayendo hacia atrás, me alivió el sentirle ahogarse irretrocediblemente
en mi sangre, la cual estaba llenando cada uno de mis huecos, inundando cada
una de mis costas.
UNA PEQUEÑA FABULA
"Ay", dijo el ratón, "el mundo se está
haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo,
corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra
y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la
última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer".
"Solamente tienes que
cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.
LA PARTIDA
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no
entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo
mismo, le puse silla a mi caballo y lo monté. A la distancia escuché el sonido
de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. El no sabía nada,
y no escuchó nada. En el portal me detuvo y
preguntó: "¿A dónde va el patrón?" "No lo sé", le dije,
"simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada
más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta". "¿Así que
usted conoce su meta?", preguntó. "Sí", repliqué, "te lo
acabo de decir. Fuera de aquí, ésa es mi
meta".
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